Tuve muchos maestros, de los cuales aprendí todo lo que sé, sin embargo, fue Candela Soto, una mujer elegante y fuerte, quien se convirtió en mi mentora y madre artística. Ella me enseñó el flamenco desde sus entrañas, compartiendo conmigo sus conocimientos y experiencias. Gracias a ella, no solo aprendí a bailar, sino también a enseñar.

Exploré nuevos horizontes en la danza, descubriendo la escuela bolera, la danza estilizada y los diversos palos del flamenco. Para mí, lo más hermoso de la danza es su naturaleza inconstante; el camino de una bailarina nunca termina, evoluciona, se transforma. Todos los pasos en mi camino han sido una celebración de la pasión, el compromiso y la conexión con el arte que me define. Doy cada paso recordando siempre de dónde vengo, siendo consciente que me encuentro en un viaje de autoconocimiento y propósito vital.